Cuando Amina quedó embarazada, en sueños vio que de su cuerpo salía una luz que iluminó los palacios de Basora.


Después de nueve meses dio a luz a Muhammad normalmente, excepto que no sintió mucho dolor durante el parto y relatan algunas versiones históricas como Dios facilitó el nacimiento de quien seria un personaje importante para la humanidad y el sello de los Profetas.


En la víspera del lunes 12 del mes de Rabí el Awal del año del “elefante” nació Muhammad en casa de su abuelo Abdul Muttalib en La Meca en presencia de su nana y nodriza Um Amina y Zuaiba al Aslamía.

Su abuelo se alegró mucho y a la semana del nacimiento le circuncidó y ofrendó con camellos para convidar un banquete.


Le puso su abuelo el nombre Muhammad (elogiado), pues tenia esperanza que lo elogien los habitantes del cielo y la tierra.


Este nombre era raro entre los árabes y apunta otra versión que su madre soñó que lo llamarían Muhammad al darlo a luz.


Los árabes tenían costumbre de enviar a sus bebés al desierto para que se críen con su aire y amamanten de sus mujeres. Muchas mujeres beduinas   venían a las ciudades en buscas de bebés para ganarse la vida amamantándolos en el desierto. Por los días del nacimiento de Muhammad llegó una beduina a La Meca:

Halima de los Bani Sa’d.


En su búsqueda de bebes le presentaron a Muhammad, de quien quedó inmediatamente prendada y le invadió un presentimiento de cosas buenas.

Los campos de Bani Sa’d estaban en sequía y hambruna hasta que llegó Halima con Muhammad y esto coincidió con abundantes lluvias. Al Hariz bin Abdel’uzza, esposo de Halima, se alegró mucho con la llegada de Muhammad y le quiso mucho al igual que todos los que le veían.


Halima decía que Muhammad tuvo una infancia muy distinta a los demás niños, acompañada de milagros que se dieron durante los cinco años que Muhammad vivió con ellos. Sin embargo; estos milagros no significan que Muhammad sea algo más que humano.  

 

Uno de estos milagros fue que el Ángel Gabriel llegó a Muhammad en forma humana y le hizo caer fulminado para luego abrir su pecho y extraer su corazón. El Ángel extrajo del corazón una sanguijuela diciendo: “esto es lo que Satán posee de ti”. Luego lavó el corazón en un recipiente con agua del pozo Zamzam y luego lo devolvió a su lugar. Esto todo en presencia de unos niños que corrieron a informar a Halima de lo que acontecía. Esta corrió asustada hasta Muhammad y lo encontró pálido pero ileso.  


Tras esta experiencia Halima decidió devolver a Muhammad con su madre.

Cuando Muhammad cumplió los seis años de edad, su madre decidió viajar con él a Medina para visitar a sus familiares. En el regreso a La Meca murió Amina, la madre del Profeta y este tuvo que volver con su nodriza para pasar a vivir con su abuelo. Abdul Muttalib trató a Muhammad con mucho amor y generosidad, lo sentaba con él siempre y se lo encomendaba a sus tíos pues decía que el niño tendría un destino magnifico.


Sin embargo; pasados dos años, falleció también Abdul Muttalib y Muhammad pasó a la custodia de su tío Abu Talib.


Abu Talib cuidó con sumo cuidado y cariño a Muhammad pues vio en él señales que indicaban el destino grandioso del niño. A pesar de su tierna edad, Abu Talib notó que Muhammad no lastimaba a nadie ni mentía, ni insultaba ni calumniaba, ni hacia las otras cosas que acostumbraban hacer los niños generalmente y solía tratar a sus amiguitos pequeños con mucha suavidad y lealtad.


Abu Talib estaba casi siempre acompañado por su sobrino Muhammad por su extremo cuidado y preocupación por él, llegando a acostarlo cerca a él al dormir.

Cuando Abu Talib decidió realizar un viaje comercial se le hizo difícil separarse de Muhammad así que decidió llevarlo con él.


Cuando la caravana llegó a Basra en Sham y se detuvo para descansar, fue avistada por el monje Jorgís Bahira desde su ermita. Este monje tenía mucha sabiduría del Torá  y del Evangelio.


Bahira bajó de su refugio y se acercó a Muhammad para verlo con más detalle.  En ese entonces Muhammad tenía doce años. El monje preguntó a Abu Talib:


“¿Qué es este niño de ti?” Abu Talib respondió: “es mi hijo”. Bahira le dijo: “no es tu hijo; el padre  de este niño no debe estar vivo”. Abu Talib respondió: “es mi sobrino, su padre murió mientras su madre estaba embarazada de él”. Bahira entonces le dijo: “has dicho la verdad. Ciertamente que este chico será un señor entre las criaturas. Dios lo envía  como una misericordia para los mundos”. Sorprendido dijo Abu Talib: “¿y como supiste todo eso?” Le dijo el monje: “conocemos sus características en nuestras escrituras sagradas y entre sus hombros está el signo de la profecía, un lunar en forma de manzana, míralo”.


Seguidamente el monje pidió a Abu Talib que lo cuide mucho, sobre todo de los judíos y que no lo  lleve a tierras del imperio bizantino. Así fue que Abu Talib volvió a La Meca con su sobrino Muhammad conciente que debería cuidarlo mucho más.


El alegato que los intelectuales hostiles al Islam intentan difundir de vez en cuando es una sospecha sobre este encuentro entre el monje Bahira y Muhammad. Alegan que Muhammad aprendió toda la sabiduría del Islam y del  Corán en su breve encuentro con Bahira.


¿Como es posible que un niño de menos de doce años aprendiese en un breve y fortuito encuentro con este monje toda la sabiduría del Islam para divulgarla sólo después de 30 años?


No pudieron los islamofóbicos negar ese encuentro de Muhammad con Bahira por la evidencia histórica que hay de él pero si la aprovecharon para tratar de negar astutamente la revelación divina entregada a Muhammad.

Y creció Muhammad para convertirse en un joven robusto, de buena presencia y conducta sana.


Los ídolos eran las cosas más detestadas por él y no participaba de sus festejos. No consumía licor como lo hacían los jóvenes de su época ni acosaba su mirada a las mujeres. Era muy pudoroso y solía decir la verdad para bien. Era leal y fiel a su palabra, hasta fue apodado: Al-amín, “el confiable”; la gente solía dejar con él sus encomiendas para que se las cuide. De joven se ocupó como pastor de oveja.


Cuando Muhammad cumplió los veinte años presenció en La Meca un pacto entre las tribus que juraron no oprimir a nadie en su territorio sagrado, a no derramar sangre (no matar), a auxiliar  a los oprimidos hasta que recuperen su derecho además a comprometerse a garantizar la seguridad del recinto sagrado y su manutención. 


Muhammad quedó muy complacido con este pacto y dijo tiempo después

“presencié con mis tíos un juramento en casa de Abdallah bin Yad’án… si se me invita a algo así en el Islam asistiría”.


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